Basílica de Santa María de Trastevere
Oración del día de la muerte del papa Francisco
Lectura de la meditación preparada por Andrea Riccardi en ocasión de la muerte del papa Francisco
Mateo 28,1-8
Al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro.
Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima.
Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve;
los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos.
El ángel habló a las mujeres:
«Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía
e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado».
Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.
Queridos hermanos y hermanas,
Hubo un gran terremoto y las mujeres, llenas de dolor, con dudas, temblando de miedo, que habían ido a visitar el sepulcro del crucificado, vieron a un ángel sentado sobre una piedra, con aspecto fulgurante y con un vestido blanco como la nieve.
Hoy, a primera hora de la mañana del lunes del ángel, en plena luz de Pascua, ha muerto nuestro obispo y papa Francisco después de una larga enfermedad.
Ayer, con un esfuerzo inmenso, quiso saludar a los fieles que se habían congregado en la plaza de San Pedro, y pasó en medio de ellos. Luego subió a la galería de la basílica para —con un hilo de voz— impartir la bendición urbi et orbi, es decir, a la ciudad —Roma— y al mundo.
Su última bendición es de Pascua.
Reunió sus últimas fuerzas para morir en medio del pueblo, del mismo modo que había vivido siempre.
Es un gesto de fidelidad hasta el final.
Cada Iglesia del Apocalipsis tiene un ángel.
Hoy el ángel de la Iglesia de Roma, el papa Francisco, nos dice a nosotros, que estamos asustados, como aquellas mujeres, que dudamos sobre el futuro de la Iglesia y del mundo:
“Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado”.
La muerte del Papa, que nos ha acompañado y nos ha guiado en estos años, desde 2013, nos asusta y el mundo no está en una situación fácil.
No está claro qué pasará en el futuro.
Pero él repite: “Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado”.
Hoy más que nunca hay que seguir a Jesús crucificado, que ha resucitado.
La muerte del Papa no nos lleva tanto a una tumba, sino a una vida que no termina.
Para los fieles ortodoxos, la muerte en Pascua es la más bella, porque ya ha recibido la luz de la resurrección.
En el silencio de la muerte, resuenan los gestos del Papa, los últimos.
Ante todo, su vida por una Iglesia de pueblo, la que se reunió por Pascua en San Pedro y mucho más allá, en el mundo entero.
Ha vivido para un pueblo sin fronteras y el pueblo de Dios lo recordará.
¿Cómo no recordar sus palabras en plena pandemia, solo en la plaza de San Pedro, mirando a un pueblo abatido, disperso y enfermo?
También recuerdo que, durante la pandemia, se mostró amigo de la ciencia y de la medicina, y no atado por aquella superstición que se difundió por varios ambientes cristianos.
En San Pedro dijo:
“El inicio de la fe es saber que necesitamos salvación. No seamos autosuficientes, no nos quedemos solos; solos nos ahogamos: necesitamos al Señor del mismo modo que los antiguos navegantes necesitaban las estrellas.
Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Presentémosle nuestros miedos, para que Él los derrote. Como los discípulos, experimentamos que, con Él a bordo, no naufragamos.
Porque esta es la fuerza de Dios: transformar para bien todo lo que nos pasa, incluso las cosas malas. Él trae la serenidad a nuestras tempestades, porque con Dios la vida nunca muere”.
Ha sido un gran testigo de la esperanza cristiana, sobre todo para los más pobres, porque hay que decir que este papa ha hecho realidad la Iglesia de los pobres, no de la asistencia a los pobres, sino de los pobres en medio de la Iglesia.
No fue casual que la última vez que salió del Vaticano, ya muy enfermo, fuera para visitar a los presos de la cárcel romana de Regina Coeli, el Jueves Santo, para lavarles los pies (simbólicamente, porque no podía hacerlo).
El papa de los migrantes contra todo muro, denunció desde Lampedusa y desde Lesbos la globalización de la indiferencia.
Por eso lo han amado poco, cuando no lo han odiado o lo han ridiculizado.
Nos ha confirmado en el amor por los pobres y las periferias.
Francisco ha sentido que este es el momento de la Iglesia, la única barca que puede salvar al mundo de deshumanizarse.
Y en cuanto fue elegido envió a su pueblo a salir: es la Evangelii gaudium, manifiesto de su pontificado, donde escribió:
“La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan.
«Primerear»: sepan disculpar este neologismo”.
Se podrían decir muchas cosas de él, en estos momentos en los que, como las mujeres, nos asalta el temor por el futuro, el dolor por la muerte del Papa. Pero este momento también es un momento en el que el Evangelio nos recomienda ser fieles a una alegría grande: la que Francisco predicó desde sus primeros pasos, la de la Pascua, la de quien no se deja dominar por el miedo, por el pesimismo.
El papa Francisco vive en su Señor y nosotros damos gracias a Dios por los años tan bellos que hemos pasado con él, maestro de fe y de vida, guía de esperanza, amigo de los pobres, comunicador de la alegría del Evangelio.
Papa Francisco, ¡ruega por nosotros!