ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
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Oración con María, madre del Señor

El pueblo gitano, incluido el de fe musulmana, celebra a San Jorge (+ 303 ca.), que murió mártir para liberar a la Iglesia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 6 de mayo

El pueblo gitano, incluido el de fe musulmana, celebra a San Jorge (+ 303 ca.), que murió mártir para liberar a la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 7,51-8,1

«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros! ?A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado.» Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él. Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.» Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él; le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió. Saulo aprobaba su muerte.
Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia
de Jerusalén. Todos, a excepción de los apóstoles,
se dispersaron por las regiones de Judea y
Samaria.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con la lapidación de Esteban comienza la historia de los mártires cristianos. Imita a Jesús hasta la muerte. Lucas relata sus últimas palabras, similares a las que Jesús pronunció desde la cruz: "Señor Jesús, recibe mi espíritu" y de nuevo, mientras Esteban cae de rodillas, aunque le hayan lanzado las piedras, reza: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado" Esteban es el primero (el protomártir) de una larguísima serie de mártires que en los siglos XX y XXI ha alcanzado numéricamente su punto más alto en la historia de la Iglesia. Un mártir es alguien que no se conforma con la lógica de este mundo; por eso es expulsado violentamente de él. A Jesús le sucedió lo mismo: no pudo nacer en Belén y quedarse y tuvo que salir fuera; fue a Nazaret y fue conducido al precipicio para ser asesinado; en Jerusalén, finalmente, fue llevado fuera de las murallas y crucificado. El mártir es testigo del amor del Evangelio hasta el límite del amor, hasta el derramamiento de la sangre. Esteban, siguiendo el ejemplo de Jesús, perdona a los que le están matando. Para él, como para Jesús, no hay enemigos; es más, reza por sus perseguidores para que cambien y conviertan sus corazones. Es normal que el mundo odie a los enemigos, o a los supuestos enemigos. Sin embargo, lo que el mundo necesita es vaciarse de la enorme cantidad de violencia y llenarse de perdón y amor. Es el crucificado quien salva al mundo, no los crucificadores; y podemos añadir que los numerosos mártires de todos los tiempos han salvado y siguen salvando al mundo de la destrucción. Pablo, que había sido testigo del martirio y lo aprobaba hasta el punto de continuar la persecución contra los cristianos, es quizá el primero en ser tocado en su corazón por la oración de Esteban.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.