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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

II de Pascua
Domingo de la "Divina Misericordia".
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 27 de abril

II de Pascua
Domingo de la "Divina Misericordia".


Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 5,12-16

Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo... Y solían estar todos con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón, pero nadie de los otros se atrevía a juntarse a ellos, aunque el pueblo hablaba de ellos con elogio. Los creyentes cada vez en mayor número se adherían al Señor, una multitud de hombres y mujeres. ... hasta tal punto que incluso sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos. También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran curados.

Salmo responsorial

Salmo 117 (118)

?Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

?Diga la casa de Israel:
que es eterno su amor!

?Diga la casa de Aar?n:
que es eterno su amor!

?Digan los que temen a Yahveh:
que es eterno su amor!

En mi angustia hacia Yahveh grit?,
?l me respondi? y me dio respiro;

Yahveh est? por m?, no tengo miedo,
?qu? puede hacerme el hombre?

Yahveh est? por m?, entre los que me ayudan,
y yo desaf?o a los que me odian.

Mejor es refugiarse en Yahveh
que confiar en hombre;

mejor es refugiarse en Yahveh
que confiar en magnates.

Me rodeaban todos los gentiles:
en el nombre de Yahveh los cercen?;

me rodeaban, me asediaban:
en el nombre de Yahveh los cercen?.

Me rodeaban como avispas,
llameaban como fuego de zarzas:
en el nombre de Yahveh los cercen?.

Se me empuj?, se me empuj? para abatirme,
pero Yahveh vino en mi ayuda;

mi fuerza y mi c?ntico es Yahveh,
?l ha sido para m? la salvaci?n.

"Clamor de j?bilo y salvaci?n,
en las tiendas de los justos:
""?La diestra de Yahveh hace proezas, "

"excelsa la diestra de Yahveh,
la diestra de Yahveh hace proezas!"""

No, no he de morir, que vivir?,
y contar? las obras de Yahveh;

me castig?, me castig? Yahveh,
pero a la muerte no me entreg?.

?Abridme las puertas de justicia,
entrar? por ellas, dar? gracias a Yahveh!

Aqu? est? la puerta de Yahveh,
por ella entran los justos.

Gracias te doy, porque me has respondido,
y has sido para m? la salvaci?n.

La piedra que los constructores desecharon
en piedra angular se ha convertido;

esta ha sido la obra de Yahveh,
una maravilla a nuestros ojos.

?Este es el d?a que Yahveh ha hecho,
exultemos y goc?monos en ?l!

?Ah, Yahveh, da la salvaci?n!
?Ah, Yahveh, da el ?xito!

?Bendito el que viene en el nombre de Yahveh!
Desde la Casa de Yahveh os bendecimos.

Yahveh es Dios, ?l nos ilumina.
?Cerrad la procesi?n, ramos en mano,
hasta los cuernos del altar!

T? eres mi Dios, yo te doy gracias,
Dios m?o, yo te exalto.

?Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

Segunda Lectura

Apocalipsis 1,9-11.12-13.17-19

Yo, Juan, vuestro hermano y compañero de la tribulación, del reino y de la paciencia, en Jesús. Yo me encontraba en la isla llamada Patmos, por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús. Caí en éxtasis el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz, como de trompeta, que decía: «Lo que veas escríbelo en un libro y envíalo a las siete Iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea». Me volví a ver qué voz era la que me hablaba y al volverme, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros como a un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido al talle con un ceñidor de oro. Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. El puso su mano derecha sobre mí diciendo: «No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades. Escribe, pues, lo que has visto: lo que ya es y lo que va a suceder más tarde.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 20,19-31

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió,
también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados,
les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído.
Dichosos los que no han visto y han creído.» Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homil?a

En este segundo Domingo de Pascua, la Iglesia nos invita a celebrar la misericordia de Dios, que encuentra su culmen y su fuente en el misterio de la Pascua. El Evangelio que hemos escuchado relata la primera y la segunda Pascua, como si iniciara la exploración del tiempo a través de los domingos que desde entonces han llegado hasta nuestros días. En cada liturgia dominical se produce el encuentro con el Resucitado: Jesús "se presenta y se pone en medio" de ellos. Se presenta, no "aparece". Sus primeras palabras son un saludo de paz: "La paz con vosotros", como para unir indisolublemente resurrección y paz. No es un saludo obvio o simplemente ritual. Jesús lo relaciona inmediatamente con las heridas de su cuerpo, como señala el evangelista: "Dicho esto, les mostró las manos y el costado". No hay Pascua sin heridas y, podríamos añadir nosotros los creyentes, no hay heridas sin Pascua, sin resurrección. Al enumerar las numerosas heridas de los innumerables crucificados, no podemos dejar de empezar por las guerras. El Evangelio de Juan, tras narrar el primer domingo, relata el domingo siguiente, en el que también está presente el apóstol Tomás, incrédulo ante el relato de la primera Pascua. No era un mal discípulo; al contrario, era generoso. Unos días antes, cuando hubo que ir a ver a Lázaro, gravemente enfermo, dijo en nombre de todos: "Vamos y muramos con él". Sin embargo, estaba demasiado seguro de sí mismo, de sus convicciones, hasta el punto de responder a otros que le decían haber visto al Señor resucitado: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré" (v. 25). No somos tan distintos de Tomás, seguros como estamos de nosotros mismos, de nuestros sentimientos. También nosotros, como él, necesitamos reencontrarnos con el Señor, oírle, verle, tocarle y vivir la Pascua. Jesús mismo viene a nosotros, también esta tarde, para decirnos: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente" (v. 27). Tomás, ante aquel cuerpo herido, proclama su fe: "¡Señor mío y Dios mío!", y la profesa como nadie lo había hecho antes, ni siquiera Pedro; y Jesús, dirigiéndose a él y a todos los que se unirían a él, incluso a nosotros, añade: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído" (v. 29). Es la última bienaventuranza del Evangelio, y es la nuestra. Sí, la fe, después de la Pascua, nace de escuchar la Palabra de Dios y de ver y tocar las heridas de los hombres.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.