Recuerdo de san Serafín de Sarov (+ 1833), monje y starets ruso. Comunicó la paz con el testimonio de la alegría pascual y de la acción del Espíritu Santo. Leer más
Recuerdo de san Serafín de Sarov (+ 1833), monje y starets ruso. Comunicó la paz con el testimonio de la alegría pascual y de la acción del Espíritu Santo.
Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Levítico 23,1.4-11.15-16.27.34-37
Habló Yahveh a Moisés, diciendo: Estas son las solemnidades de Yahveh, las reuniones sagradas que convocaréis en las fechas señaladas. El mes primero, el día catorce del mes, entre dos luces, será la Pascua de Yahveh. El quince de este mes se celebrará la fiesta de los Ázimos en honor de Yahveh. Durante siete días comeréis panes ázimos. El día primero tendréis reunión sagrada; no haréis ningún trabajo servil. Ofreceréis durante siete días manjares abrasados a Yahveh. El séptimo día celebraréis reunión sagrada; no haréis ningún trabajo servil. Habló Yahveh a Moisés, diciendo: Habla a los israelitas y diles: Cuando, después de entrar en la tierra que yo os doy, seguéis allí su mies, llevaréis una gavilla, como primicias de vuestra cosecha, al sacerdote, que mecerá la gavilla delante de Yahveh, para alcanzaros su favor. El día siguiente al sábado la mecerá el sacerdote. Contaréis siete semanas enteras a partir del día siguiente al sábado, desde el día en que habréis llevado la gavilla de la ofrenda mecida; hasta el día siguiente al séptimo sábado, contaréis cincuenta días y entonces ofreceréis a Yahveh una oblación nueva. Además el día décimo de este séptimo mes será el día de la Expiación, en el cual tendréis reunión sagrada; ayunaréis y ofreceréis manjares abrasados a Yahveh. Habla a los israelitas y diles: El día quince de ese séptimo mes celebraréis durante siete días la fiesta de las Tiendas en honor a Yahveh. El día primero habrá reunión sagrada y no haréis trabajo servil alguno. Durante siete días ofreceréis manjares abrasados a Yahveh. El día octavo tendréis reunión sagrada y ofreceréis manjares abrasados a Yahveh. Habrá asamblea solemne. No haréis trabajo servil alguno. Estas son las solemnidades de Yahveh en las que habéis de convocar reunión sagrada para ofrecer manjares abrasados a Yahveh, holocaustos y oblaciones, víctimas y libaciones, cada cosa en su día,
Aleluya, aleluya, aleluya.
El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Dios indica las celebraciones que deberán acompañar la vida de su pueblo a lo largo del tiempo para que los israelitas puedan darse cuenta de todo el amor que él derrama en su vida de cada día y vivan la vocación que les ha confiado. Dios fija un ritmo en la historia para poner de relieve que esta no pasa de manera casual sino que tiene un destino concreto, no solo para el pueblo de Israel sino también para los demás pueblos de la tierra. Dios mismo marca los días de su pueblo para que transmita a los demás el misterio de la salvación. El tiempo de Dios entra en el tiempo del hombre para fermentarlo con su gracia y para llevarlo a la plenitud de la salvación. El texto del Levítico es el primer boceto del tiempo litúrgico del pueblo de Israel. Establece que la primera fiesta sea la Pascua del Señor, que tiene lugar entre marzo y abril. En ella se ofrecen al Señor sacrificios abrasados al fuego. En la fiesta de los ázimos, que se celebra al inicio de la siega, se ofrecerán las primicias al Señor. Ofrecer a Dios los primeros frutos de la tierra significa reconocer su señorío. Nosotros no solo no somos los dueños de la tierra, sino que además tenemos que recordar que lo hemos recibido todo gratuitamente de Dios. Es justo dar las primicias al Señor. Adquirimos así un sentido de gratitud a Dios y a los hermanos y del deber de devolver a Dios algo de lo que nos ha dado como regla de nuestra vida. Los tiempos de la fiesta ayudan al hombre a vivir la libertad de estar plenamente con Dios, de ponerle a Él en el centro para encontrar el corazón de su vida y el sentido de su camino.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.