Recuerdo de los santos Antonio (+ 1073) y Teodosio (+ 1074), fundadores de la laura de las cuevas, el gran monasterio de Kiev, y padres del monaquismo de los eslavos orientales. Recuerdo de los cristianos de Ucrania. Oración por la paz en Ucrania. Leer más
Recuerdo de los santos Antonio (+ 1073) y Teodosio (+ 1074), fundadores de la laura de las cuevas, el gran monasterio de Kiev, y padres del monaquismo de los eslavos orientales. Recuerdo de los cristianos de Ucrania. Oración por la paz en Ucrania.
Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Éxodo 16,1-5.9-15
Partieron de Elim, y toda la comunidad de los israelitas llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y el Sinaí, el día quince del segundo mes después de su salida del país de Egipto. Toda la comunidad de los israelitas empezó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto. Los israelitas les decían: "¡Ojalá hubiéramos muerto a manos de Yahveh en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos! Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea." Yahveh dijo a Moisés: "Mira, yo haré llover sobre vosotros pan del cielo; el pueblo saldrá a recoger cada día la porción diaria; así le pondré a prueba para ver si anda o no según mi ley. Mas el día sexto, cuando preparen lo que hayan traído, la ración será doble que la de los demás días." Dijo entonces Moisés a Aarón: "Ordena a toda la comunidad de los israelitas: Acercaos a Yahveh, pues él ha oído vuestras murmuraciones." Aún estaba hablando Aarón a toda la comunidad de los israelitas, cuando ellos miraron hacia el desierto, y he aquí que la gloria de Yahveh se apareció en forma de nube. Y Yahveh habló a Moisés, diciendo: He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: Al atardecer comeréis carne y por la mañana os hartaréis de pan; y así sabréis que yo soy Yahveh, vuestro Dios. Aquella misma tarde vinieron las codornices y cubrieron el campamento; y por la mañana había una capa de rocío en torno al campamento. Y al evaporarse la capa de rocío apareció sobre el suelo del desierto una cosa menuda, como granos, parecida a la escarcha de la tierra. Cuando los israelitas la vieron, se decían unos a otros: "?Qué es esto?" Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: "Este es el pan que Yahveh os da por alimento.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.
Aleluya, aleluya, aleluya.
En este capítulo del Éxodo nos encontramos en un tiempo inmediatamente posterior a la salida de Egipto, fruto de la gran obra de liberación que hizo Dios a favor de su pueblo. El pasaje empieza describiendo una situación problemática. Ante la realidad del desierto, Israel "murmura". Es significativo que se utilice este verbo. En el Antiguo Testamento lo encontramos casi exclusivamente en relación a la reacción de Israel en el camino hacia la tierra prometida. El término indica una queja y la pretensión de algo. La actitud de Israel no debe considerarse negativa en sí misma sino por cuanto manifiesta un juicio de valor sobre el camino hecho: no un itinerario hacia la vida sino hacia la muerte ("Nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea"). El pueblo pierde de vista el lugar y el objetivo al que se dirige. Ya no ve el desierto como un lugar de paso, sino como un lugar de muerte. De ahí que sienta nostalgia de la vida en Egipto, que desee volver atrás, que compare la situación de esclavitud en Egipto y la fatiga del camino. La preocupación por la comida y el agua, el miedo y el cansancio hacen que Israel olvide todo lo que Dios ha hecho por él. En el desierto se siente solo, más esclavo que antes y parece que ya no tiene memoria, aquella memoria que recordando el pasado ayuda a vivir en el presente e ir hacia el futuro. En su juicio de valor Israel invierte el sentido de la salvación impulsada por Dios, pues la interpreta como camino de muerte. ?Cuántas veces nuestros lamentos y nuestras nostalgias son fruto de una fe pequeña y desmemoriada? ?Cuántas veces despreciamos el amor de Dios por nosotros a causa del cansancio, del esfuerzo, de la decepción, de las preocupaciones y de la soledad? El Señor, con todo, no se deja acorralar por las recriminaciones de Israel y está siempre a punto para intervenir para que no se destruya lo que se ha construido.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.