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Oración con María, madre del Señor
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Oración con María, madre del Señor

Recuerdo de san Carlos Lwanga (+ 1886), que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 3 de junio

Recuerdo de san Carlos Lwanga (+ 1886), que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 20,17-27

Desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso. Cuando llegaron donde él, les dijo: «Vosotros sabéis cómo me comporté siempre con vosotros, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las pruebas que me vinieron por las asechanzas de los judíos; cómo no me acobardé cuando en algo podía seros útil; os predicaba y enseñaba en público y por las casas, dando testimonio tanto a judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús. «Mirad que ahora yo, encadenado en el espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá; solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones. Pero yo no considero mi vida digna de estima, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús, de dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios. «Y ahora yo sé que ya no volveréis a ver mi rostro ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino. Por esto os testifico en el día de hoy que yo estoy limpio de la sangre de todos, pues no me acobardé de anunciaros todo el designio de Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras desembarcar en Mileto, el apóstol manda llamar a los "presbíteros" de la comunidad de Éfeso para que se reúnan con él. Siente el deseo de despedirse de ellos y dejarles su "testamento pastoral", ya que pronto serán los responsables de la comunidad. Pablo empieza su discurso hablando de su ejemplo: "Sabéis bien cómo me he comportado siempre con vosotros". El apóstol quiere que los "presbíteros" sean "modelos de la grey", y por eso les invita a que se fijen en la manera en la que fue pastor durante sus tres años de ministerio en Éfeso. Fue un ministerio ante todo "sirviendo al Señor", realizado con toda humildad, y que abrió el corazón de la gente para que escuchara el Evangelio y se encontrara con Dios. Pablo anuncia a los presbíteros de Éfeso que irá a Jerusalén, no por capricho suyo sino por acción del Espíritu. No sabe exactamente qué le va a pasar, pero es consciente de que servir al Señor comporta oposición y pruebas: habla de "tribulación" y apunta también a la muerte. El "martirio" es fundamental para el Evangelio. Albert Schweitzer, el conocido biblista protestante del siglo pasado que se fue a vivir a una leprosería de África, escribía: "Tenemos que ser capaces de volver a sentir en nosotros lo que Jesús tiene de heroico... Solo entonces nuestro cristianismo y nuestra concepción del mundo recuperarán la heroicidad y se vivificarán". Ser mártir, recordaba monseñor Romero, significa "dar la vida" por el Señor y por los demás, no importa si es con la sangre o de otro modo. Lo importante es gastarse totalmente para comunicar el Evangelio.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.