Lectura de la Palabra de Dios
Aleluya, aleluya, aleluya.
Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Hechos de los Apóstoles 13,26-33
«Hermanos, hijos de la raza de Abraham, y cuantos entre vosotros temen a Dios: a vosotros ha sido enviada esta Palabra de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus jefes cumplieron, sin saberlo, las Escrituras de los profetas que se leen cada sábado; y sin hallar en él ningún motivo de muerte pidieron a Pilato que le hiciera morir. Y cuando hubieron cumplido todo lo que referente a él estaba escrito, le bajaron del madero, y le pusieron en el sepulcro. Pero Dios le resucitó de entre los muertos. El se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo. «También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy.
Aleluya, aleluya, aleluya.
El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.
Aleluya, aleluya, aleluya.
El apóstol subraya la "fraternidad" que une a los judíos y los cristianos con motivo de su descendencia común de Abrahán. Es una dimensión que no debe ser olvidada, sino que incluso debe ser propuesta de nuevo, a través de un nuevo encuentro entre los creyentes de las tres grandes religiones abramíticas con el fin de redescubrir la responsabilidad de promover la paz y el encuentro entre los pueblos. El apóstol, en este punto del discurso, anuncia el corazón de la predicación evangélica, es decir, la muerte de Jesús y su resurrección. Pablo presenta este misterio, que es la salvación, como el "cumplimiento" de las antiguas profecías. Por lo demás, en los Evangelios se repite con frecuencia que la muerte y resurrección de Jesús sucedieron para que así se cumplieran las Escrituras. Aquí el apóstol no se dirige a quienes le escuchan acusándoles de la muerte de Jesús, sino que desea más bien llevarles a contemplar la Pascua como la culminación de la historia de la salvación que es también para ellos. De forma sintética les dice: "También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús". Habla en plural para subrayar el testimonio de los demás apóstoles y de muchos otros discípulos a quienes Jesús se apareció después de la resurrección y cita el salmo 2,7 como invitando a sus oyentes a leer en profundidad los pasajes de la Sagrada Escritura familiares para ellos: "Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy". Ya Pedro había citado este salmo en su discurso en Pentecostés. Pablo afirma que, con la resurrección de la muerte, Jesús lleva a su culmen su majestad sobre la historia y sobre el mundo.
La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).
Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.
Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.
Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).
La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.